Empiezo a escribir todo esto a las 23:53 horas del miércoles 9 de octubre de 2013. Siete minutos le quedan al día en que nació la persona que me dio la vida. Cosas que pasan, cuando me levanté esta mañana lo primero que pensé fue en que era su cumpleaños, en dejar una nota en el frigorífico: Felicidades Mamá. No la he dejado. No la he escrito por motivos que a veces ni uno mismo se explica. Es como cuando vas al supermercado, sabes que tienes que comprar algo que te hace falta, pasas por al lado, lo miras y no lo compras. Lo peor de todo es que sabes que cuando llegues a casa lo vas a echar en falta, te vas a arrepentir de no haberlo comprado pero, aún así, no lo compras.
Llegada al trabajo. Pensamiento recurrente: Lucas, que no se te olvide felicitarla. Entre email y email, llamadas telefónicas y gestiones varias se pasa la mañana volando. Los pensamientos siguen viniendo a mi cabeza como destellos. Momentos, buenos y malos, que se entrecruzan en una tela de araña que cada día se vuelve más enrevesada, más complicada, más compleja de entender. A veces, la mejor opción para analizar es no tratar de analizar. Abstraerse, tomar distancia para que así cuando menos lo esperes las respuestas vengan a visitarte. Seguir impulsos, intuiciones, visceralidad pura y dura. Fidelidad al estilo de vida que se decidió adoptar hace ya bastantes años.
La música me mantiene muy vivo estos días. Las melodías se convierten en sentimientos, las letras con las que uno se identifica que van cobrando fuerza. No sé como algunas personas pueden vivir al margen del arte, de los libros, de la música. Yo no podría.
Rescato unas líneas del libro On The Road del escritor beat Jack Kerouac:
Algo así como:
La gente que me atrae es la gente loca. Gente que está loca por vivir, loca por hablar, deseosa de todo al mismo tiempo, que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos, explotando como arañas entre las estrellas.
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